Hace unos días que tenía ganas de escribir esta entrada, pero algo no funcionaba en los blogs que no se podía entrar.
El otro día me dirigía a trabajar, y entre pensamientos divagantes de horas tempranas de la mañana, pude comprobar la ternura de una madre. No recuerdo la parada, pero lo que sí permanece en mi memoria es aquella imagen: se abrieron las puertas y entró una mujer que llevaba arropada a su cuerpo a una niña preciosa de rizos morenos que descansaba plácidamente recostada en su pecho. Se sentaron en mi diagonal y yo no podía separar la mirada de aquella estampa.
Poco a poco la pequeña, que recibía mimosos besos en su cabeza, fue abriendo los ojos. Con una ingenua naturalidad iba mirando a su alrededor y reparó en un joven que estaba sentado justo al lado. Como quien curiosea, la niña fue acercándose al chico y, con total disimulo, tocó su codo. La respuesta o reacción: nula, indiferencia, etc.
Al otro lado del vagón, donde estaba yo, la reacción era distinta: no podía dejar de mirar a aquella niña curiosa, de ojos risueños y medio despiertos. Mi boca iba dibujando una sonrisa... y al final se bajaron, pero yo mantuve esa sonrisilla durante un buen rato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario